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Día mundial del libro#1

Nadezhda, gente del libro de José Luis Pereyra


Nadezhda, gente del libro

Se dan enlaces inimaginables entre la realidad y los libros. Hablaré de algo ocurrido entre dos personas que jamás se conocieron: un joven escritor de ciencia ficción y una viuda cuyo esposo fue condenado al destierro y la muerte. Ray Bradbury imaginaba un futuro donde los libros eran destruidos, mientras Nadezhda Mandelshtam memorizaba versos para la posteridad. Ocurrió así: en 1922, Ósip Mandelshtam había compuesto contra Stalin un epigrama que era “una sentencia de muerte en dieciséis versos”. Stalin se enteró de la “broma” y, como escarmiento, primero lo encarceló en la Lubjanka y luego en Siberia, donde murió en 1938. La viuda del poeta enemigo del pueblo debió volverse “invisible” ante la inteligencia soviética. Se convirtió en una anónima operaria de fábrica. En 1953, realizaba sus tareas moviendo los labios, como recitando un mantra, un conjuro. Mientras ella murmuraba palabras secretas, al otro lado del océano, Bradbury daba los últimos retoques a Fahrenheit 451, distopía donde se queman libros y a sus poseedores. Tal barbarie es resistida por la Gente del Libro, lectores furtivos que atesoran en su memoria obras literarias. Tales personas pierden su nombre para llamarse como el título o el autor que encarnan. “Sólo somos sobrecubiertas para libros, sin valor intrínseco”, dicen, negando su propia importancia en afán de privilegiar la de un objeto. No se consideran hombres, sino libros. ¿Soñó Bradbury con Nadezhda, encorvada sobre máquinas, murmurando poemas malditos? Antes de 1953, ella era gente del libro, pues llevaba consigo una obra que recién vio la luz cuando la política soviética se tornó más permisiva. A sus memorias, escritas a los 67 años, las llamó Contra toda esperanza y son cabal testimonio de la época. En seiscientas páginas, se transcriben poemas y las circunstancias en que fueron concebidos. Cierto día, un antiguo amigo de la familia, se acercó a Nadezhda y le extendió un papel amarillento. Era un poema que Ósip le había confiado en su juventud. Cuando lo cotejaron con el texto impreso, comprobaron que ambos eran idénticos. La historia de los libros es la historia del hombre. Muchos pretendieron acallar sus voces. Sin embargo y contra toda esperanza, han llegado hasta nosotros. Parece ser que, por cada biblioclasta dispuesto a encender hogueras de odio, siempre habrá alguien encargado de preservarlos para tiempos propicios.

© JOSÉ LUIS PEREYRA




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