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Elvio Romero, el hombre que imaginaba maravillas

A un nuevo aniversario de su fallecimiento, el recuerdo de su amigo Carlos Splausky



Elvio Romero era un hombre de voz serena y pensamientos profundos. “Imaginaba maravillas como adiestrado imaginero”. De una cultura universal que desbordaba su espíritu poético, pero siempre conectado a las raíces de su tierra natal. Integrado a las guaranias de José Asunción Flores. “El Paraguay entero cabía en sus vagones”.

Con su enorme inspiración enalteció el alma de su pueblo. “Era un tren con banderas”.

En lo que a mí me toca, tuve ese enorme privilegio de compartir con Elvio Romero ideas y pensamientos que elevaron la fortaleza de mi creatividad literaria, y más aún cuando se ampliaba el escenario con otros amigos como Leonardo Aquino, Augusto Roa Bastos, Nenito Ruiz y tantos otros hacedores de la literatura americana. Todos comprometidos en la causa humana, con ideales firmes hacia un destino mejor y una literatura enorme como un legado y un testimonio de humildad y de grandeza.

Carlos Splausky


Compartimos una poesía de Elvio:


CON UN SILBIDO

Con un silbido derribaré esa puerta, esa ventana; penetraré en tu corazón con un silbido.

Viene, lo reconoces, de una ancestral maraña, de un primario temblor reiterativo convocando a las aves, por eso te habla así, te indica derroteros, reconoce tus aires, respira si respiras, se liga a una costumbre de dominio secreto, ocupa el sitio airoso donde los dos vivimos.

Se me ocurre que cuando silbo piensas y recuerdas

los naranjales que nos dieron sombra, el aroma quemado de un horno de ladrillos donde la harina blanca de una raíz gemía o el maíz ofrendaba su maravilla de oro, se me hace que te pierdes en lejanas praderas donde ya el caminante callado te aguardaba.

No ha de cejar su renonancia, invadirá el tapial y los jardines del fondo, silbido agudo y único en la siesta, melodía insistente por donde caminemos, siempre a tu lado en celo y vigilando, señal de mi presencia sobre tus huellas siempre.

Y si yo no estuviera, perdido y esparcido en una umbrosa brizna, entre los eucaliptos, solo, lo escucharas todavía, lo sentirás saliendo de los recodos últimos, de los cuartos vacíos sobresaltándote, recordándote al hombre que a tu penumbra uniera su penumbra.


de "El viejo fuego"


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